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La explotación de un sentimiento

23/8/2016 - 11:48 - Enviada por fidel

Jugar un partido de liga, con puntos de verdad en juego, a mediados de agosto sigue siendo algo extraño. Ni el clima ni la tradición dan el contexto adecuado, físico y sicológico, al acontecimiento. Sin embargo, el jugarse en vacaciones ayuda a apreciar matices sin las prisas del viajar, ver partido y volver de la rutina que empieza con el otoño. Debutar, además, contra uno de los grandes clubes del mundo -"Campeón del Mundo 1975" pone en el interior de sus camisetas- en una ciudad con otro club de esas características, en partido nocturno, propicio para ser integrado como una actividad vacacional más, permite apreciar de cerca el "Parque Temático del Fútbol", mina de oro en la que todo un sentimiento global se cotiza, y muy bien, en euros.

El propio estadio Vicente Calderón te da una pista ya de lo colosales que son las cifras que se manejan, en rojo y negro, en este entorno. A primera vista, un buen estadio. Moderno, con nosecuántas estrellas FIFA, o UEFA, según te cuentan en la visita guiada al mismo -pagada a precio de entrada de partido de Segunda B-, bastante cómodo, con inversiones realizadas recientemente... Un estadido que, sin embargo, vive su última temporada como tal. Me decía un abonado atlético que las deudas que arrastraba el club eran de tal magnitud que hubo que llegar a un acuerdo para canjear este estadio -a tiro largo de piedra de la Plaza Mayor- por un estadio nuevo "camino de Guadalajara", que decía mi interlocutor, con margen aún para ir pagando las deudas. Deudas siderales, pagadas con patrimonio generado hace décadas, con un valor también sideral, incluso mayor.

Lo que más valor tiene por el Foro, en cuestión futbolera, es el sentimiento. No sólo de seguidores de los dos clubes fuertes de la ciudad, sino de cualquier aficionado del mundo, que tiene en Madrid una de las capitales de esta fiebre global. Y esa masa planetaria de sentimiento se explota de forma despiadada. Ver un partido se paga caro aquí, pero mucha gente, de paso por la ciudad, se siente afortunada de poder coincidir con uno, sea del equipo que sea, e invierte un dinero en algo que va a disfrutar una tarde y que va a poder contar el resto de su vida. Si esas dos horas valen 70 ó 100 euros, y se lo pueden permitir, adelante. Al fútbol moderno no le importa, además, que un padre de familia obrero, de la zona, no pueda permitirse el ir con su hijo al fútbol a ver a su equipo -¿os acordáis, los más mayores, de cómo empezamos a ir a Mendi?- mientras haya un par de turistas colombianos, alemanes o dubaitís, de buena cartera, que puedan ocupar esas localidades pagando tres veces lo que podían valer, a precios constantes, en otros tiempos.

A los más afines a sus colores, los clubes les ofrecen infinidad de posibilidades de gastarse el dinero. El lunes por la mañana, en la tienda del Real Madrid, cola para hacerse con un carnet de madridista, o algo así. El Atleti ofrece algo similar. Los clubes te venden un papel que te da descuentos si sigues haciendo gasto en tienda o en visitas guiadas y que, sobre todo, te permite poder presumir en tu pueblo, ante los colegas de trabajo o compañeros de colegio, de que eres del tal o del cual, y que el mismo club te ha hecho -por quince euros de nada- una tarjeta que lo certifica. Simplemente, un sacacuartos genial, como un carnet de abonado en el que el estadio tiene varios miles de millones de asientos de capacidad, tantos como gente hay en el mundo. De no haber habido cola -niños con cara ilusionada, padres suspirando porque la visita a la tienda oficial les salga solo por los 15 euros de marras- hasta yo hubiese picado, y le hubiese hecho un carnet de madridista a un conocido que es colchonero hasta la médula...

Otro día escribiré sobre un aspecto humano del negocio que tuve ocasión de conocer durante las horas previas al partido. Quizás lo mejor de todo fue que, al final, el grande no pudo con el pequeño, y que el gol del pequeño lo marcó, en el descuento, el chaval del pueblo, que se ha hecho mayor desde que iba a ver el fútbol con su padre, de pie, en una grada como eran las de los tiempos en que no había camisetas oficiales, las bufandas las seguían tejiendo las madres o las abuelas, y en las que las entradas del fútbol no se pagaban con tarjeta de crédito. Triunfó -o empató, pero con sabor a triunfo, que a veces es más importante que triunfar- lo que va quedando del fútbol que aprendimos a amar de niños.